miércoles, 5 de diciembre de 2012

Tresviso


Tresviso


Recientemente he estrenado mi periodo vacacional. Por definición, se trata de unos días que deben ser aprovechados para descansar después de todo un año de duro trabajo, es decir, de  desconectar de la rutina diaria, de hacer cosas que el resto del año no haces. Ni que decir tiene que, con hijos, esta tarea es harto ardua: Playa, playa, playa, playa... y lo que esto conlleva. Levántate temprano, prepara la comida, saca a las perras, arregla a las niñas, meternos en el coche, encuentra aparcamiento, pon la sombrilla, las toallas, báñate, vuélvete a bañar, come macarrones con arena, filetes empanados con arena, melón con arena, café con azúcar y arena... y todo esto a 40 grados. Por la noche, a las fiestas de los pueblos a bailar el chocolatero, a comprar chuches y cenar por ahí. ¿Descansar? ¡Ja!

    Mi santa esposa, en vista de que este año ha sido especialmente exigente, propuso aparcar a las niñas durante unas horas y hacer una ruta en plena naturaleza, idea que me pareció estupenda. Y he aquí un pequeño diario de esa escapadita.

 Ruta San Esteban – Tresviso
Hora 1 de ascensión. Distancia recorrida: 500 metros; metros ascendidos: dos o tres.
El día es casi primaveral, una temperatura perfecta para ejercer el bello deporte del senderismo amateur. Unos simpáticos pajarillos nos acompañan durante los primeros metros de nuestra expedición, y nos deleitan durante estos primeros pasos con sus gráciles y bellos gorjeos.
Los árboles, recubiertos completamente de musgo, y con sus fuertes y retorcidas raíces fuera de la tierra, ocultan casi por completo la senda.
Mi mujer, entusiasmada, me contagia el buen humor y porque no, la esperanza de conseguir la meta: Llegar al bello pueblo de Tresviso.
Hora 2 de ascensión. Distancia recorrida: 500 metros; metros ascendidos: 40.
Empiezan a aparecer nubes en lo alto del cerro al que intentamos llegar y la temperatura ha bajado unos grados, pero sin llegar a convertir el tiempo en desapacible. Los pajarillos nos siguen acompañando, pero han dejado de cantar. ¿Por qué será? Los árboles, poco a poco, dejan de estar presentes, probablemente debido a la alta humedad; sólo los helechos y algunas florecillas violetas parecen sembrar el camino, por otra parte repleto de babosas. Mi mujer para de vez en cuando a beber un sorbo de agua, ya que empieza a haber demasiada humedad y se suda copiosamente.
Mi ánimo no flaquea y continuamos con la esperanza de llegar al pueblo.
Hora 3 de ascensión. Distancia recorrida: 250 metros; metros ascendidos: creo que bastantes.
La niebla comienza a bajar de la montaña y la temperatura ha descendido considerablemente; hace un frío del carajo, así que me pongo el escueto chubasquero que me aconsejó mi mujer que trajera por "si lloviznaba". Los pajarillos creo que siguen ahí, pero no estoy seguro. Mi mujer, de vez en cuando para a esperarme, porque me empiezan a pesar las piernas y asciendo lentamente. Me paro a fumar un pito para recuperar fuerzas, a lo que mi mujer responde con improperios, que el eco se encarga de propagar por todos los picos de Europa. Ni árboles, ni flores. Sólo helechos y musgo pegado a las jodidas rocas, por lo que hay que andar con cuidado para no resbalar y caer al vacío, con el problema que eso representaría para el pago de la hipoteca.
Hora 4 de ascensión. Distancia recorrida: he perdido la cuenta; metros ascendidos: lo ignoro.
La niebla nos rodea completamente, pero hay un hecho que me perturba sobremanera: La tétrica visión de la tumba de alguien, probablemente de un arriesgado montañero. Una especie de dolmen funerario hecho a toda prisa por sus compañeros a modo de recuerdo. Mi mujer, equivocadamente creo yo, piensa que es un grupo de rocas caído de la montaña y que, fortuitamente, ha adoptado esa curiosa forma. Pero la leyenda: "A Federico, que despareció aquí, en el lugar al que amaba", en la base, me hace albergar alguna duda sobre su teoría. Tengo miedo...
Se ve muy poco, y hay tramos en los que no distingo si lo que va delante es mi mujer o una cabra. Propongo establecer un campamento base con provisiones por si acaso. No oigo lo que me contesta mi esposa, pero es algo referente a mi salud mental, creo. Apenas siento las piernas y he acabado con mi ración de agua. Los putos pájaros ya no están, pero oigo sonidos extraños, guturales, fantasmagóricos. Nunca he sido un cobarde, pero el pánico comienza a atenazarme. ¿Será verdad que por aquí merodea el temible trol de las montañas? Multitud de extrañas y pegadizas moscas me rodean, insistentes, y no puedo quitármelas de encima. Se pegan como lapas y comienzo a ponerme nervioso. Las babosas en este lugar tienen el tamaño de un gato.
Hora 5 de ascensión. Metros recorridos: mi GPS ha dejado de funcionar; metros ascendidos: no lo sé, pero veo claramente las pupilas de los buitres, que vuelan en círculos sobre nosotros.
No me queda agua y mi mujer no me da de la suya porque no la ha malgastado, dice la muy egoísta. Comida ya no tengo, y como tampoco me quiere dar medio plátano que sé que oculta ladinamente en su mochila (comprada con MI dinero),  pruebo unas bayas de color rojo que tienen una pinta, cuanto menos, agradable. Pronto comienzo a tener algo parecido a alucinaciones, porque observo con estupor que un anciano sin una edad definida, nos pasa andando con una vara a modo de bastón y murmura, entre risas un escueto "buenos días". Sé que lo ha dicho con retintín, ¿Será el enviado de la muerte para avisarme que me de la vuelta? ¿Que no siga tentando al destino?
Mi mujer me espera cada pocos metros, pero mi ritmo es lento, mis piernas han dejado de responder, los brazos cuelgan como muertos, sin vida, miro para atrás a cada paso que doy, porque oigo cosas, murmullos, extraños sonidos guturales... y mi cabeza está dejando de funcionar con normalidad. Si hubiéramos construido el campamento base...
Me ha mordido una de esas babosas de tamaño gigante. No sabía que tuvieran dientes, pero parece que aquí, las leyes de la naturaleza parece que no se cumplen del todo. Espero que  el mordisco no se infecte porque se me ha olvidado el Betadine en la repisa del baño. Pienso que han sido ellas las que han acabado con la población autóctona de pajarillos silvestres. En un ataque completamente irracional de terror, me imagino cómo deben ser las arañas. Me siento y comienzo a llorar... ¿Pero qué coño hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es leer, escuchar música y ver al atleti por la tele?
Hora 6 de ascensión. Metros recorridos: no lo sé; metros ascendidos: hace mucho frío, así que supongo que muchos.
El chubasquero ha dejado hace tiempo de ser útil, así que me desprendí de él hace rato. Craso error, la nieve empieza a caer copiosa, densa, agobiante. He extraviado la pista de mi mujer hace bastante tiempo y creo que me he perdido en las montañas. En una pequeña parada que hago para fumar y descansar, observo con una mezcla de desconcierto y terror que los dedos de mis pies empiezan a ponerse de un color morado terrible. Pienso, en uno de los pocos momentos de lucidez que tengo, que me los amputarán, si no algo peor: No podré seguir estudiando baile clásico. Las bayas que comí me han sentado fatal, tengo diarrea y dolor de cabeza, pero como el hambre es más acuciante, sigo comiendo, pero esta vez las bayas son verdosas y con unos pelillos sumamente desagradables, pero no me importa. Al mezclarlas con lo que parece ser un fruto carnoso bastante parecido a la papaya (¿Papayas? ¿Aquí? Dios mío, pero ¿dónde estoy?), el sabor amargo es reemplazado por el del óxido. Al poco rato, observo a mi mujer que se acerca con algo parecido a un trikini y me dice: "Vamos cretino, que ya casi hemos llegado", pero sé que es una visión, fruto de las bayas alucinógenas. Noto como una mano tira de mí, y pienso que se trata del ángel de la muerte que me lleva, me lleva, me lleva...

Despierto en Tresviso, en la consulta del veterinario, porque el médico ambulante no llega hasta el jueves. Me ha puesto una inyección que utiliza en los partos de las vacas, y aparte del dolor del brazo, mi ánimo se restablece con rapidez. Los lugareños se reúnen en torno al veterinario, y hasta los niños se descojonan de nuestra aventura.
    Pregunto si hay taxis, pero otra vez, entre risas, nos dicen que qué es eso, así que nos llevan de vuelta en el camión que baja para traer las provisiones. Como no hay sitio delante (va mi mujer, claro), me toca ir detrás.
    Con las gallinas. Alguna lleva en el pico lo que parece ser  una babosa, que se vuelve y me sonríe enseñándome los dientes.

1 comentario:

  1. Pues mira, ya no voy, porque a mi lo de las babosas......¡¡qué asco!!
    Por lo demás seguro que si, lo de la escalada, lo de la niebla con la que no ves el camino, lo de la sed, todo eso me gusta muchísimo, ahora eso si, yo creo que exageras mucho con lo de que tu mujercita casi, casi te abandona y encima no compartió el medio plátano contigo...¡¡anda ya!!, ¡sagerao!

    ResponderEliminar

Mientras no me insultes, pon lo que quieras.......